El acting de Will Smith en el escenario mundial

#AhoraMisiones Más allá del negocio del espectáculo, la entrega de los Oscar no deja ser una ceremonia relacionada con el arte, y por la tanto, con la comedia y la tragedia propias de la experiencia humana. Quizás por eso los errores y escándalos suscitados en ese evento suelen traducir, a contramano de las intenciones manifiestas de sus protagonistas, algo del conflicto político y social que atraviesa una comunidad globalizada. Desde este punto de vista no nos importa tanto qué le sucede a quien comete un fallido o un lapsus sino la significación que el mismo cobra en el oyente, sea una o millones de personas.

Por ejemplo, en la entrega de los Oscar 2017 llovieron las críticas para el entonces presidente Donald Trump, a punto tal que el presentador (Jimmy Kimmel) no vaciló en decir: “en este momento nos están viendo 225 países que nos odian”. Bien, esa misma noche los actores Warren Beatty y Faye Dunaway dieron por ganador al film equivocado (La la Land en lugar de Moonlight). Error que momentos después fue corregido no sin cierto embarazo para los conductores. Ahora bien, si es cierto que, tal como señala Lacan, “es claro que todo acto fallido es un discurso logrado”[1]: ¿qué significación puede cobrar para el público el hecho de que en una trascendente ceremonia donde se reprueba a un presidente se muestre que ganó quien no debía? Hoy que el problema ya no es Trump sino el malvado “dictador” ruso, un patético exabrupto machista puede leerse en clave de una velada significación política.



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