#AhoraMisiones
El del próximo domingo no será un superclásico más. Ocurre que será el primero desde la final eterna de Copa Libertadores que River le ganó a Boca en Madrid.
BUENOS AIRES. Además, el primer cara a cara entre Gustavo Alfaro y Marcelo Gallardo. Pero por sobre todas las cosas, será el regreso del plantel Xeneize a un estadio al que la última vez arribó con el micro roto y varios jugadores heridos, por un cobarde ataque a piedrazos y botellazos en la esquina de Avenida del Libertador y Lidoro Quinteros.
Darío Rubén Ebertz, chofer del equipo xeneize desde hace más de una década, reconoció que será una jornada especial, pero que el club tomó los recaudos suficientes para evitar una situación similar. De hecho, el micro que traslada al plantel se blindó durante el receso invernal.
“Llevaron un auto al predio de Boca en Ezeiza con los mismos vidrios blindados que se le pusieron al micro y hasta los mismos jugadores le pegaron con una maza y no se rompen… O sea, se rompe el vidrio de la parte de afuera, se astilla, pero para adentro no pasa nada.
Tiene doble vidrio con una lámina de espesor muy gruesa en el medio. Y eso no deja que la piedra que impacta pase para el otro lado. Pero mirá que le pegaron fuerte, eh. Y nada”, contó el Gringo.
Para él, que por un botellazo debió soltar el volante y de milagro no sucedió una tragedia, volver a ese lugar será algo extraño. “Va a ser la primera vez que vuelva, pero sin dudas que me genera una sensación muy rara, extraña.
Aunque creo que esta vez no pasará nada. Porque si ocurre algo es para que se desmadre todo de nuevo, si volvemos a lo mismo es como que no aprendimos nada”, le resumió a Olé.
El Gringo Ebertz le había contado con un escalofriante lujo lo que vivió la tarde del 24 de noviembre, cuando un botellazo lo obligó a soltar el volante del micro que transportaba al plantel de Boca al Monumental: “El vicepresidente de Boca Horacio Paolini agarró el control del micro hasta que reaccioné de vuelta y traté de hacer lo posible para traer a los muchachos a salvo acá.
Si Paolini no tomaba el volante pudo haber sido una tragedia. Cuando vi la piedra ya no recordé nada, hasta que manoteé el volante de vuelta y dije ‘Estoy bien”. Pero fue un segundo, como que me quedé sin aire. Lo peor fue cuando doblé en Lidoro Quinteros y Libertador.
Ahí fue un ataque masivo. Después, cuando pasamos la rotondita, parecía que nos esperaba un ejército, como en una zona liberada. Vinimos a un partido de fútbol, no a una guerra”.
El del próximo domingo no será un superclásico más. Ocurre que será el primero desde la final eterna de Copa Libertadores que River le ganó a Boca en Madrid.
BUENOS AIRES. Además, el primer cara a cara entre Gustavo Alfaro y Marcelo Gallardo. Pero por sobre todas las cosas, será el regreso del plantel Xeneize a un estadio al que la última vez arribó con el micro roto y varios jugadores heridos, por un cobarde ataque a piedrazos y botellazos en la esquina de Avenida del Libertador y Lidoro Quinteros.
Darío Rubén Ebertz, chofer del equipo xeneize desde hace más de una década, reconoció que será una jornada especial, pero que el club tomó los recaudos suficientes para evitar una situación similar. De hecho, el micro que traslada al plantel se blindó durante el receso invernal.
“Llevaron un auto al predio de Boca en Ezeiza con los mismos vidrios blindados que se le pusieron al micro y hasta los mismos jugadores le pegaron con una maza y no se rompen… O sea, se rompe el vidrio de la parte de afuera, se astilla, pero para adentro no pasa nada.
Tiene doble vidrio con una lámina de espesor muy gruesa en el medio. Y eso no deja que la piedra que impacta pase para el otro lado. Pero mirá que le pegaron fuerte, eh. Y nada”, contó el Gringo.
Para él, que por un botellazo debió soltar el volante y de milagro no sucedió una tragedia, volver a ese lugar será algo extraño. “Va a ser la primera vez que vuelva, pero sin dudas que me genera una sensación muy rara, extraña.
Aunque creo que esta vez no pasará nada. Porque si ocurre algo es para que se desmadre todo de nuevo, si volvemos a lo mismo es como que no aprendimos nada”, le resumió a Olé.
El Gringo Ebertz le había contado con un escalofriante lujo lo que vivió la tarde del 24 de noviembre, cuando un botellazo lo obligó a soltar el volante del micro que transportaba al plantel de Boca al Monumental: “El vicepresidente de Boca Horacio Paolini agarró el control del micro hasta que reaccioné de vuelta y traté de hacer lo posible para traer a los muchachos a salvo acá.
Si Paolini no tomaba el volante pudo haber sido una tragedia. Cuando vi la piedra ya no recordé nada, hasta que manoteé el volante de vuelta y dije ‘Estoy bien”. Pero fue un segundo, como que me quedé sin aire. Lo peor fue cuando doblé en Lidoro Quinteros y Libertador.
Ahí fue un ataque masivo. Después, cuando pasamos la rotondita, parecía que nos esperaba un ejército, como en una zona liberada. Vinimos a un partido de fútbol, no a una guerra”.