BERLÍN.- No lo consiguieron en Francia, en Gran Bretaña o en Holanda. Después de ser la pesadilla de Europa durante casi una década, parecían al borde de la disolución. La extrema derecha reapareció hoy, sin embargo, con un vigor desconcertante en Alemania, planteando dudas sobre la capacidad de Angela Merkel, la mujer más poderosa del mundo, de poner freno a los peores fantasmas de la historia del continente en su propio país.
Con 13,3% de los votos, el xenófobo y antieuropeo Alternativa para Alemania (AfD) se transformó en el tercer partido del país y entrará en el parlamento por primera vez desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.
Ese vertiginoso ascenso abre un enorme interrogante sobre el futuro de un país que, hasta hace apenas 72 años, estuvo gobernado por la fuerza política más funesta que conoció la historia reciente de la humanidad.
Decir que es un electroshock para Europa y para los demócratas alemanes parece un eufemismo. En cuatro años, de la nada, la AfD fue capaz de reunir el apoyo necesario como para enviar 94 diputados al Bundestag.
Pero ese no es el único motivo de inquietud. El ascenso de la extrema derecha, como en los momentos más aciagos de la historia alemana, coincide ahora con la alarmante fragilidad demostrada por la democracia cristiana y la socialdemocracia, los dos partidos que fueron históricamente pilares principales de la reconstrucción democrática del país después del nazismo.
A pesar de su propio triunfo, Angela Merkel tiene sobrados motivos de preocupación. La canciller es perfectamente consciente del significado simbólico que tiene el hecho de que esto suceda en Alemania. Esta tarde, visiblemente afectada, prometió en su primera intervención por televisión que "hará todo lo posible para responder a las expectativas" de aquellos que no se sienten representados por su partido, la CDU.
Pero, ¿cómo? Paradójica y preocupante realidad: si se mira el voto de la extrema derecha, el AfD obtuvo sus mejores resultados en el centro, el norte y el sur del país. En otras palabras, en las regiones más prósperas y no -como se podía creer- en los länders postergados de la ex Alemania comunista. La explicación tal vez resida en una distribución de la opulencia que genera desigualdad, frustración y rencor.
En todo caso, poco importa si la verdadera razón de ese avance se debe a la ultra-flexibilización del mercado laboral, que precarizó a millones de personas, o a la llegada de 1,3 millones de refugiados que, por otra parte, parecen en vías de perfecta integración. Los populismos, los odios y los racismos nunca necesitaron pretextos.
Por su parte, exaltados por el triunfo, los líderes de la AfD, afirmaron hoy que ejercerán "una oposición constructiva" en el próximo parlamento. Entiéndase: Haremos todo lo posible para que haya cada vez menos Europa.
Ese programa complicará, sin duda, los objetivos de la canciller en su próximo mandato. La líder más veterana del Consejo Europeo solo esperaba conocer la amplitud de su triunfo para lanzar una serie de ambiciosos proyectos para el bloque.
Una de las principales iniciativas -para lo cual cuenta con la complicidad del presidente francés Emmanuel Macron- es transformar el Mecanismo Europeo de Estabilidad (MES), creado durante la crisis del euro en 2010, en un verdadero Fondo Monetario Europeo (FME).
Macron propone, por su parte, crear rápidamente un superministro de Finanzas, que manejará un presupuesto común y rendirá cuentas ante un parlamento específico de los países que comparten el euro. A pesar de ciertas reservas, Merkel acepta -en líneas generales- ese proyecto.
El vertiginoso ascenso de la extrema derecha alemana también podría poner freno al otro gran objetivo europeo de la canciller: avanzar en el proceso de integración, en particular en la zona euro.
En las actuales circunstancias, todo dependerá de lo que Merkel negocie con los miembros de su futura coalición.
"Los liberales del FDP nunca fueron partidarios de la integración. Incluso proponen desarticular progresivamente algunos instrumentos de solidaridad creados durante la crisis griega", señala el politólogo Hans Stark.
Las próximas semanas serán pues decisivas. Después, el primer momento crucial llegará en noviembre, cuando Alemania, Francia, España e Italia presenten una iniciativa conjunta para reformar la zona euro. Recién entonces los europeos sabrán si Angela Merkel sigue siendo, como hasta ahora, un auténtico factor de estabilidad continental.
El 13% Es una verguenza dice el cartel |
Ese vertiginoso ascenso abre un enorme interrogante sobre el futuro de un país que, hasta hace apenas 72 años, estuvo gobernado por la fuerza política más funesta que conoció la historia reciente de la humanidad.
Decir que es un electroshock para Europa y para los demócratas alemanes parece un eufemismo. En cuatro años, de la nada, la AfD fue capaz de reunir el apoyo necesario como para enviar 94 diputados al Bundestag.
Pero ese no es el único motivo de inquietud. El ascenso de la extrema derecha, como en los momentos más aciagos de la historia alemana, coincide ahora con la alarmante fragilidad demostrada por la democracia cristiana y la socialdemocracia, los dos partidos que fueron históricamente pilares principales de la reconstrucción democrática del país después del nazismo.
A pesar de su propio triunfo, Angela Merkel tiene sobrados motivos de preocupación. La canciller es perfectamente consciente del significado simbólico que tiene el hecho de que esto suceda en Alemania. Esta tarde, visiblemente afectada, prometió en su primera intervención por televisión que "hará todo lo posible para responder a las expectativas" de aquellos que no se sienten representados por su partido, la CDU.
Pero, ¿cómo? Paradójica y preocupante realidad: si se mira el voto de la extrema derecha, el AfD obtuvo sus mejores resultados en el centro, el norte y el sur del país. En otras palabras, en las regiones más prósperas y no -como se podía creer- en los länders postergados de la ex Alemania comunista. La explicación tal vez resida en una distribución de la opulencia que genera desigualdad, frustración y rencor.
En todo caso, poco importa si la verdadera razón de ese avance se debe a la ultra-flexibilización del mercado laboral, que precarizó a millones de personas, o a la llegada de 1,3 millones de refugiados que, por otra parte, parecen en vías de perfecta integración. Los populismos, los odios y los racismos nunca necesitaron pretextos.
Por su parte, exaltados por el triunfo, los líderes de la AfD, afirmaron hoy que ejercerán "una oposición constructiva" en el próximo parlamento. Entiéndase: Haremos todo lo posible para que haya cada vez menos Europa.
Ese programa complicará, sin duda, los objetivos de la canciller en su próximo mandato. La líder más veterana del Consejo Europeo solo esperaba conocer la amplitud de su triunfo para lanzar una serie de ambiciosos proyectos para el bloque.
Una de las principales iniciativas -para lo cual cuenta con la complicidad del presidente francés Emmanuel Macron- es transformar el Mecanismo Europeo de Estabilidad (MES), creado durante la crisis del euro en 2010, en un verdadero Fondo Monetario Europeo (FME).
Macron propone, por su parte, crear rápidamente un superministro de Finanzas, que manejará un presupuesto común y rendirá cuentas ante un parlamento específico de los países que comparten el euro. A pesar de ciertas reservas, Merkel acepta -en líneas generales- ese proyecto.
El vertiginoso ascenso de la extrema derecha alemana también podría poner freno al otro gran objetivo europeo de la canciller: avanzar en el proceso de integración, en particular en la zona euro.
En las actuales circunstancias, todo dependerá de lo que Merkel negocie con los miembros de su futura coalición.
"Los liberales del FDP nunca fueron partidarios de la integración. Incluso proponen desarticular progresivamente algunos instrumentos de solidaridad creados durante la crisis griega", señala el politólogo Hans Stark.
Las próximas semanas serán pues decisivas. Después, el primer momento crucial llegará en noviembre, cuando Alemania, Francia, España e Italia presenten una iniciativa conjunta para reformar la zona euro. Recién entonces los europeos sabrán si Angela Merkel sigue siendo, como hasta ahora, un auténtico factor de estabilidad continental.
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