Más de 10 mil personas ya se implantaron en el cuerpo un chip informático

El transhumanismo (o H+) es una corriente cultural con base científica que adopta la tecnología como una herramienta para incentivar la evolución biológica. La nueva tendencia de sus partidarios es alojar en su cuerpo un chip informático NFC. Según estimaciones de la firma Dangerous Things, el mayor proveedor global de estos dispositivos, ya hay más de 10.000 personas en el mundo con estos implantes, algunas de ellas en la Argentina. Este detalle cibernético convierte a sus portadores en los primeros cyborgs por voluntad y no por necesidad.




Los chips NFC de corto alcance –similares a los que usan la tarjeta SUBE y los nuevos pasaportes y que ahora incorporan muchos smartphones– son ideales para el intercambio de información instantánea entre dispositivos, y funcionan cuando éstos se encuentran a menos de 10 centímetros. El circuito se basa en la creación de un campo electromagnético que permite la conexión del lector y el chip receptor.

La utilidad es amplia. Pueden enviar información personal, almacenar todas las contraseñas que uno maneja, encender las luces o interactuar con determinados electrodomésticos. Se espera que en un futuro sustituya a los actuales medios de pago, las tarjetas de transporte público, los historiales médicos y hasta pueda ser acondicionado como un geolocalizador.

El poder de almacenamiento de estos chips es bastante bajo: ronda los 1024 bytes (1 Kb). Capacidad que los limita únicamente a textos. Y si bien no va a servir para alojar una biblioteca digital con documentos cifrados, este espacio le sobra para activar la alarma del auto o pagar la cuenta del supermercado mediante un conjunto de códigos.

Aunque el chip se puede disimular en cualquier parte del cuerpo, lo más práctico es inyectarlo en la mano, en la zona entre el dedo índice y el pulgar. La moda actual dicta que lo ideal es llevar dos: uno en cada extremidad. Su precio oscila entre los $ 400 y los $ 1.200.

Por lo general, estos chips están envueltos en una cápsula de cristal de 12 milímetros de largo por 2 de ancho y son similares a un grano de arroz. Para aquellos que se animan al pinchazo, algunos modelos vienen con una aplicador especial (como si fuera una jeringa) que tiene en la punta una aguja hipodérmica para introducir el chip en el cuerpo.

Para programarlo, se usa una aplicación que se descarga al teléfono o a la propia computadora y que permite automatizar las acciones que el chip deberá cumplir. Una vez infiltrado bajo la piel, el propietario puede modificar o eliminar todas las funciones activas.

Si alguien piensa ocultar información valiosa en un chip, es porque ya hubo alguien que se propuso robarla. “Una de las ventajas de esta tecnología es que el chip no genera electricidad, lo que vuelve difícil determinar si alguien lleva uno en su organismo. Y por más que se sepa que tiene uno escondido, no se puede adivinar en donde está. Hubo un primer protocolo que no guardaba bien la información y otro más reciente, que es muy difícil de quebrar. El primero puede resultar peligroso, el otro, no. De todos modos, si se hacen muy populares, es posible que los hackers comiencen a dirigir sus ataques a estos objetos, algo que de momento no sucede” explica Pablo Ramos, jefe del laboratorio de investigación de ESET.

El lado oscuro de estos chips es su uso en ataques cibernéticos mediante una técnica llamada como Biohacking. Un experto en seguridad llamado Seth Wahle –que trabaja como ingeniero en la empresa APA Wireless– demostró la fácil que es hacerlo: se puso un chip NFC que tiene integrada una pequeña antena y que puede enviar una petición de contacto a cualquier teléfono Android. Cuando el dueño del aparato aceptaba, le filtraba un malware –programa malicioso– con el que tomaba el control del móvil. El nivel de discreción que ofrece el chip es tan elevado, que no puede ser detectado ni en los aeropuertos. La única forma de saber dónde se ubica es a través de una radiografía.
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