Por Guido Encina (@guidoencina)
No entra más nadie. Cerraron las puertas, todos levantaban las cabezas con el objetivo de visualizar la sorpresa que finalmente no apareció. No hubo tardanza, tampoco desprolijidades. En el salón estaban ellos, los protagonistas de esa noche donde se da un paso importante para su carrera, allí más que una tertulia era una celebración amigable con halo de desconfianza que circulaba en el ambiente.
Copa de champagne en mano, Maurice era el hombre más observado por todos y todas, no dialogaba con nadie, solo sonreía con alguna historia que le contaba su amigo Jorgito un hombre que trataba de ser amable con los otros dos que estaban en la misma sintonía pero no le seguían el ritmo a quienes acompañaban. “¿Que hacemos acá” Le preguntaba Daniel al oído su compañera María Cristina, ella con algo más de experiencia en estas veladas le respondió “tranquilo, solo sonreí lo que dice Jorge y escúchalo a Mauri cuando dice algo”. Obedeció el jóven y enseguida se acomodó más cerca de ellos. Era muy notable la diferencia que hacían los mayores entre sus colegas y le mandaron a servir más copas. Por ahí andaba otra de las suyas, Cecilia que se encontraba sola consultando desde su celular el precio de alquileres en Uruguay.
Mientras tanto, en el centro del salón sobresalía un hombre con una sonrisa diáfana buscaba ser el centro de atención, pero muchos de los presentes solo lo saludaron por cortesía y se alejaron rápidamente. Al empresario yerbatero no le quedó otra que practicar un monólogo ante la atenta mirada de Patricia que codeaba al grandote Arrúa cuando se distraía con los canapés y la añejada cepa que le sirvieron durante toda la noche. “¿Cuándo, cuándo va a dejar de hablar el petiso?” se preguntaban otros que lo acompañaban, aunque se cuidaban de que no escuché su informante “el Pedrito”. Afuera, en la puerta estaban algunos más de los suyos que no disimulaban hacer futurología sin su jefe, pero a sabiendas de que él está muy lejos de dejar su situación de egocentrismo.
En una parcela del salón más iluminada estaban los hermanos Alfred y Humbert que lucían pilcha de primera y sentían incomodidad por las reiteradas preguntas de sus compañeros a los que casi no conocían. El intento de disimular quedaba trunco a cada comentario de Graciela, una mujer muy paqueta que se mostró perpleja por la invitación a última hora de los amigos de Mauricio. Entre bostezos y cara de pocos amigos se retiraron, sin saludar. “Mañana hablamos” le dijo uno de los hermanos a quien le pidió unos minutos para dialogar sobre un tema pendiente.
Hernán saludó a los que se retiraron, entendió que esa noche los negocios no iban a avanzar. En el sector liderado por él había una señora que habla mucho y lo hacía con todos, era amable y se esmeró toda la noche para ahuyentar las malas vibras. Claro a algunos pasos estaban los chicos con poca elegancia compartiendo la gala con su competencia, con otra competencia y con una competencia más. “¿qué hacen acá?” se preguntaban uno de los más viejitos del salón al que le incomodaba la presencia de estos chicos. La respuesta fue “se colaron a última hora“. Maldiciendo por lo bajo, tomó su celular y llamó un taxi. “Cuatro, cuatro, te parece cuatro un buen número” le consultó al aire. Entre risas, Hugo y Tati dijeron “está gagá, no le demos bola” y pidieron otra cerveza.
Antes de llegar al baño estaban los anti-fiesta. Casi no hablaron entre ellos, sabían que ese no era un lugar adecuado para pensar en cambiar el mundo, pero por algo empezaron. Empuñaron el Nokia 1100 de López y empezaron a sacar cuentas de cuanto había sido el costo de la tertulia. Elba y Marcelo ideaban donde podría ser destinado ese recurso para una sociedad más igualitaria y progresista. Fueron los últimos en irse, estuvieron esperando que los inviten en la charla que tenían los muchachos de boina blanca que estaban al lado y nada de eso pasó.
La charla acompañada de tabaco parecía la más divertida, acá estaban todos “contentos”. Se pisaron durante toda la noche, casi no cerraron una idea, pero hablaron para rato. “Cacho, si te va bien, ¿te vas para allá?” preguntó uno de sus laderos, a modo de reflejo, miró rápidamente a su compañera Silvana que prefirió direccionar a otro lado la pregunta “Isaac y si te va bien ¿te vas para allá?”. Estallaron las risas y pasaron a otro tema.
Desde la ventana solo se podía ver a un coloradito que sirvió toda la noche al hombre de barba candado, al personaje pequeño que codeaba a los de al lado para que se rían con él, a los hermanos que simularon ser tipos con onda, a los que estaban todos peleados, a los que parecían no adaptarse y a los que les daba lo mismo estar o no ahí. Todos ellos fueron los protagonistas de esa noche que terminó a las 12 PM.
Fuente: Misiones Opina
No entra más nadie. Cerraron las puertas, todos levantaban las cabezas con el objetivo de visualizar la sorpresa que finalmente no apareció. No hubo tardanza, tampoco desprolijidades. En el salón estaban ellos, los protagonistas de esa noche donde se da un paso importante para su carrera, allí más que una tertulia era una celebración amigable con halo de desconfianza que circulaba en el ambiente.
Copa de champagne en mano, Maurice era el hombre más observado por todos y todas, no dialogaba con nadie, solo sonreía con alguna historia que le contaba su amigo Jorgito un hombre que trataba de ser amable con los otros dos que estaban en la misma sintonía pero no le seguían el ritmo a quienes acompañaban. “¿Que hacemos acá” Le preguntaba Daniel al oído su compañera María Cristina, ella con algo más de experiencia en estas veladas le respondió “tranquilo, solo sonreí lo que dice Jorge y escúchalo a Mauri cuando dice algo”. Obedeció el jóven y enseguida se acomodó más cerca de ellos. Era muy notable la diferencia que hacían los mayores entre sus colegas y le mandaron a servir más copas. Por ahí andaba otra de las suyas, Cecilia que se encontraba sola consultando desde su celular el precio de alquileres en Uruguay.
Mientras tanto, en el centro del salón sobresalía un hombre con una sonrisa diáfana buscaba ser el centro de atención, pero muchos de los presentes solo lo saludaron por cortesía y se alejaron rápidamente. Al empresario yerbatero no le quedó otra que practicar un monólogo ante la atenta mirada de Patricia que codeaba al grandote Arrúa cuando se distraía con los canapés y la añejada cepa que le sirvieron durante toda la noche. “¿Cuándo, cuándo va a dejar de hablar el petiso?” se preguntaban otros que lo acompañaban, aunque se cuidaban de que no escuché su informante “el Pedrito”. Afuera, en la puerta estaban algunos más de los suyos que no disimulaban hacer futurología sin su jefe, pero a sabiendas de que él está muy lejos de dejar su situación de egocentrismo.
En una parcela del salón más iluminada estaban los hermanos Alfred y Humbert que lucían pilcha de primera y sentían incomodidad por las reiteradas preguntas de sus compañeros a los que casi no conocían. El intento de disimular quedaba trunco a cada comentario de Graciela, una mujer muy paqueta que se mostró perpleja por la invitación a última hora de los amigos de Mauricio. Entre bostezos y cara de pocos amigos se retiraron, sin saludar. “Mañana hablamos” le dijo uno de los hermanos a quien le pidió unos minutos para dialogar sobre un tema pendiente.
Hernán saludó a los que se retiraron, entendió que esa noche los negocios no iban a avanzar. En el sector liderado por él había una señora que habla mucho y lo hacía con todos, era amable y se esmeró toda la noche para ahuyentar las malas vibras. Claro a algunos pasos estaban los chicos con poca elegancia compartiendo la gala con su competencia, con otra competencia y con una competencia más. “¿qué hacen acá?” se preguntaban uno de los más viejitos del salón al que le incomodaba la presencia de estos chicos. La respuesta fue “se colaron a última hora“. Maldiciendo por lo bajo, tomó su celular y llamó un taxi. “Cuatro, cuatro, te parece cuatro un buen número” le consultó al aire. Entre risas, Hugo y Tati dijeron “está gagá, no le demos bola” y pidieron otra cerveza.
Antes de llegar al baño estaban los anti-fiesta. Casi no hablaron entre ellos, sabían que ese no era un lugar adecuado para pensar en cambiar el mundo, pero por algo empezaron. Empuñaron el Nokia 1100 de López y empezaron a sacar cuentas de cuanto había sido el costo de la tertulia. Elba y Marcelo ideaban donde podría ser destinado ese recurso para una sociedad más igualitaria y progresista. Fueron los últimos en irse, estuvieron esperando que los inviten en la charla que tenían los muchachos de boina blanca que estaban al lado y nada de eso pasó.
La charla acompañada de tabaco parecía la más divertida, acá estaban todos “contentos”. Se pisaron durante toda la noche, casi no cerraron una idea, pero hablaron para rato. “Cacho, si te va bien, ¿te vas para allá?” preguntó uno de sus laderos, a modo de reflejo, miró rápidamente a su compañera Silvana que prefirió direccionar a otro lado la pregunta “Isaac y si te va bien ¿te vas para allá?”. Estallaron las risas y pasaron a otro tema.
Desde la ventana solo se podía ver a un coloradito que sirvió toda la noche al hombre de barba candado, al personaje pequeño que codeaba a los de al lado para que se rían con él, a los hermanos que simularon ser tipos con onda, a los que estaban todos peleados, a los que parecían no adaptarse y a los que les daba lo mismo estar o no ahí. Todos ellos fueron los protagonistas de esa noche que terminó a las 12 PM.
Fuente: Misiones Opina